“Una vida sencilla y tranquila aporta más alegría que la búsqueda del éxito en un desasosiego constante”. Albert Einstein

La velocidad de la información

Buckminster Fuller, el arquitecto famoso por sus cúpulas geodésicas, fue también un destacado futurista y teórico de sistemas. En su libro Critical Path (camino crítico), Fuller hace mención a la “curva de duplicación del conocimiento”. Él calculó que si se pudiera medir el conocimiento acumulado de la civilización humana, contando a partir del año del nacimiento de Jesús, se necesitarían 1500 años para que se duplicara. Pero a partir de esa fecha, se duplicó nuevamente para el año 1750. Y desde allí, se duplicó cada cien años hasta la Segunda Guerra Mundial. Luego se duplicó cada 25 años. Y en los ’80 comenzó a duplicarse cada 12 meses.

¿Qué sucede en la actualidad? Algunas estimaciones indican que el conocimiento de la humanidad se duplica cada… ¡12horas! Dicho de otra forma, si hubieras nacido en el mismo año que Jesús, hubieras tenido que esperar un milenio y medio antes de que el conocimiento acumulado de la raza humana se duplicara, pero en cambio, si hubieras nacido hoy, el conocimiento acumulado dela raza humana se hubiera duplicado antes de la hora de la cena.

La velocidad nos pone ansiosos

Creo que resulta bastante claro por qué a nuestra era se la llama “la era de la información”. Sin embargo, aunque hoy en día tenemos más información que nunca antes en la historia de la humanidad, esto no parece garantizar que vivamos mejor. De hecho, muchos de nosotros nos sentimos más ansiosos, dispersos y distraídos que hace unas décadas. La velocidad nos ha hecho increíblemente impacientes, la gran cantidad de opciones nos ha hecho superficiales y el individualismo nos ha dejado aislados.

En el mundo actual, un mundo “estilo microondas”, en el que todo sucede y pasa rápidamente, la sabiduría se parece más a la paciencia y a la voluntad de reducir la velocidad para procesar bien cada instante de nuestra experiencia humana. Por mucho que tratemos de individualizar nuestra experiencia religiosa, no podemos escapar al hecho de que Dios nos creó para que nos necesitemos mutuamente, y es cuando bajamos la velocidad que podemos conectarnos de manera individual e íntima con los demás, dándole sentido a nuestra vida de fe.

Jesús se enfocó en lo relacional

La manera de Jesús de “ser iglesia” consistía en un grupo pequeño de discípulos que comían juntos, viajaban juntos y se relacionaban con la gente de cada ciudad que visitaban. Regresar al camino de Jesús es el desafío. Abandonar nuestros propios caminos es una imperiosa necesidad. La iglesia creció más rápido y se hizo más fuerte cuando menos apurada estaba. El compromiso con la paciencia fue la virtud cardinal de la iglesia primitiva.

La mirada no estaba puesta en obtener resultados inmediatos, sino en seguir a Jesús juntos a través de la vida, en lo que Eugene H. Peterson llamaría “una larga obediencia en la misma dirección”. El ejemplo de la iglesia primitiva desafía a la iglesia de hoy. La desafía a reducir la velocidad. A eliminar el énfasis en los números y ponerlo en la calidad, en lugar de en la cantidad. A priorizar a las personas por sobre los programas, las relaciones por encima de la eficiencia, la generosidad por encima de la escasez, la cooperación por encima de la competencia y la renovación que produce el Sabbat por encima del activismo perpetuo.

Todo esto implica dejar de rendirle culto a tres de las “virtudes” cardinales de nuestra cultura: productividad, eficiencia y velocidad. También requiere que podamos re imaginarnos como una comunidad de creyentes reunida y enraizada en un lugar y en un tiempo en particular. Que valoremos la estabilidad por encima de la movilidad. Que decidamos plantarnos, permanecer y crecer con otros.

Cultivar la comunidad

El bajar la velocidad nos arraiga en el ritmo y lugar de nuestros vecindarios, y estimula nuestra imaginación con una rica visión dela vida en común, holística, interconectada y abundante, a la que Dios nos ha llamado. Somos seres gregarios, y nuestra identidad depende siempre del sentido de pertenencia a una comunidad, a la tribu a la que va ligado nuestro destino. Seremos el fruto de ese contexto compartido.

Cultivar la comunidad en el camino de Jesús implica abrazar la lentitud, el interés por el otro, la calma, la reflexión, la paciencia, el discernimiento. Abrazar lo pequeño, estar atentos a lo que sucede a nuestro alrededor. Todo lo contrario al estilo apresurado del mundo actual, que es agresivo, estresado, superficial e impaciente. Si revisamos los Evangelios, veremos que era muy raro encontrar a Jesús apurado, o demasiado ocupado como para detenerse y pasar tiempo personal y dedicado con alguien.

El problema es que hoy en día vivimos vidas apuradas y entonces pensamos de la misma manera a la Iglesia. Debemos reducir la velocidad. El apuro es incompatible con la clase de vida que Jesús nos pide que vivamos. Cuando estamos apurados no tenemos tiempo para amar. No tenemos tiempo para escuchar, ni para compartir la vida con otros. Cultivar la comunidad en el paciente camino de Jesús es generar los ritmos personales, tangibles y encarnacionales, en los que Dios puede transformarnos lenta y profundamente. El camino de Jesús nos llama a crear espacio en nuestros horarios, en nuestros hogares y en nuestras finanzas para lo que realmente importa.

Nos llama a vivir con Jesús, a permanecer en su bondad, y a disfrutar plenamente de la vida del Reino que Él nos ofrece. Es imposible vivir la vida que Cristo nos llamó a vivir a través de una experiencia consumista de iglesia “McDonaldizada”, que ofrece satisfacer todas nuestras fantasías y nos promete la luna si es necesario, reformulando el evangelio en términos de consumo (entretenimiento, satisfacción, emoción y resolución de problemas).

Solo podemos hacerlo mediante la disciplina diaria de amar profunda y desinteresadamente a nuestros hermanos y hermanas, a nuestros vecinos, e incluso a nuestros enemigos. La Iglesia nunca tuvo la intención de ser un derivado del momento cultural sino, más bien, una interrupción del mismo. La iglesia no existe para competir ni para imitar al mundo, sino para ser una alternativa refrescante, única y espiritualmente transformadora.

La respuesta a las abrumadoras tendencias actuales que nos asfixian (el individualismo, la soledad y la sobreocupación) son las refrescantes actividades de la iglesia: reunirnos, orar, estudiar las escrituras y comer juntos.

 

Este artículo fue extraído del libro “La iglesia relacional” de Sergio Valerga.