Los adolescentes y jóvenes que están descubriendo la fe se integran a las iglesias en las que se sienten comprendidos y no juzgados por los adultos. Cuando un joven se acerca a la iglesia lo hace buscando un grupo al cual pertenecer, un lugar donde pueda establecer lazos profundos, amistades y encontrar contención. Cuando la iglesia trabaja en conjunto para ofrecer lo que ellos están buscando, entonces ellos encuentran ahí lo que nadie más les puede ofrecer. De esa manera les ayudamos a crecer y a madurar.

Además tenemos jóvenes que han nacido en hogares cristianos, en algunos casos de segunda y tercera generación, que conocen las Escrituras, que han evitado el sufrimiento que producen las malas decisiones vinculadas al pecado y que en general viven una vida digna. Pero al llegar a la etapa en donde comienzan a experimentar independencia de sus padres, se replantean profundamente su fe. La falta de desarrollo de una fe experimental en sus propias vidas (ya que la conocen por transmisión de información pero no por vivencia), hace que su fe heredada no les sea suficiente para enfrentar los desafíos que la vida les presenta. Si no encuentran en la iglesia un grupo de pares con los cuales identificarse, una comunidad que los acepte, contenga y acompañe en este proceso, y líderes que les amen incondicionalmente, es probable que opten por alejarse de ahí.

Tenemos también un número de jóvenes en nuestras iglesias que carecen de una visión cristiana de la vida. Su cosmovisión responde más a los valores, prioridades y formas de entender la vida de la sociedad y cultura en la que han nacido, que a la de un estilo de vida influenciado por Jesús. Reflejan más los valores de la cultura imperante que los valores cristianos.

En la actualidad vemos que muchos jóvenes de nuestras comunidades de fe están teniendo exposición a niveles mayores de educación que las generaciones anteriores y una mayor exposición a la creciente cultura que les rodea. Si bien esto les coloca en un lugar de mayores oportunidades, el conjunto de ideologías y filosofías que rigen en la sociedad de hoy, presiona y desafía intelectualmente sus creencias.

Del lado de la iglesia, necesitamos comprender plenamente el grado de influencia y capacidad modeladora que tenemos sobre la vida de los jóvenes. El nivel de compromiso de la comunidad de fe con la santidad, el servicio, la vida de adoración, la enseñanza de la Palabra y la evangelización, son factores que determinan el grado de compromiso y la formación espiritual de los jóvenes a quienes estamos influenciando.

La carencia de modelos de referencia es uno de los elementos fundamentales que afectan negativamente la integración de los jóvenes a la vida de la iglesia. Los adultos, de alguna manera, nos hemos vuelto sospechosos para esta generación, ellos dudan de nuestras intenciones y de actitudes contradictorias que les desaniman en su caminar con el Señor. Así como hay una gran desconfianza a nivel social de las masas con respecto a sus líderes políticos, ésta también existe de parte de los jóvenes hacia los adultos que los están liderando en las congregaciones. Esto se debe, en parte, por causa de estilos de liderazgos obsoletos y personalistas y también porque nos ven más interesados en hacerlos participar de nuestros proyectos ministeriales que en sus vidas.

Muchas iglesias y comunidades espirituales están haciendo una tarea increíble tratando de adaptarse, actualizarse y dando respuestas concretas a las inquietudes, desafíos, crisis y expectativas de los jóvenes de hoy. Sin embargo, todavía en algunos púlpitos la Palabra no es predicada de una manera relevante para la vida de los jóvenes quienes, a su vez, sienten que ésta no les aporta nada con respecto a sus problemáticas. Ven una iglesia obsoleta, alejada de la realidad y distante de sus luchas y necesidades diarias. Uno de los grandes desafíos que tenemos es encontrar el equilibrio para contextualizar el mensaje del evangelio y hacerlo relevante a las nuevas generaciones.

¿Qué puede hacer la iglesia para fomentar la integración de las nuevas generaciones?

– Asumir el rol de instruir y preparar a los padres para guiar espiritualmente a sus hijos y proveerles enseñanza y visión. A menudo les recordamos a los padres cuáles son sus responsabilidades bíblicas con respecto a sus hijos y la familia, pero muchos de ellos no han recibido la instrucción necesaria o no han tenido modelos sólidos que imitar. Por lo tanto no saben cómo hacerlo. Es responsabilidad de la iglesia local ser un soporte y un constante motivo de ánimo para los padres ya que Dios les ha asignado a ellos la responsabilidad del cuidado espiritual de sus hijos (Deuteronomio 6:4-9).

– Ser intencional en que el servicio del día domingo refleje el compromiso que tiene la iglesia con los más jóvenes. Muchos de nuestros servicios se siguen enfocando solamente en la gente adulta y no tienen en cuenta a las nuesvas generaciones.

-Compartir un mensaje relevante y de acuerdo a las necesidades de hoy. Instruir y capacitar a cada uno de los miembros de la familia a vivir una fe práctica, en otras palabras, una fe que funciona en la vida real.

-Ser creativos en la forma de transmitir las verdades bíblicas. A las personas de todas las edades les encantan las historias y las lecciones en las que utilizamos algún objeto a modo ilustrativo.

– No solo enseñar los principios, sino también explicar cómo poder aplicar de manera práctica esa verdad en sus vidas.

-Desarrollar una cultura dentro de la iglesia en donde todos estén conscientes de la urgencia de alcanzar a los jóvenes, abrazarlos, entrenarlos y cuidarlos. En algunas iglesias encuentran incomprensión, críticas y rechazo a su forma de vestirse, su música y otros aspectos de su cultura. Trabajemos para transformar la iglesia en un espacio de aceptación, participación, comprensión y encuentro. Los adolescentes se integran a las iglesias en las que se sienten aceptados y no cuestionados por sus culturas. Juntos podremos crecer en la adopción de un estilo de vida acorde con los valores del reino de Dios y fomentar el desarrollo de una identidad basada en el amor y la aceptación incondicional de Dios.

-Delegar responsabilidades en los jóvenes. Muchas veces caemos en el círculo vicioso de no delegar porque pensamos que no están preparados para actuar con responsabilidad. ¿Cómo podrán crecer en responsabilidad si no les confiamos responsabilidades?

-Ayudarles a descubrir sus dones espirituales y darles lugar para que los puedan ejercitar en el ámbito seguro de la iglesia y bajo el cuidado de líderes experimentados y maduros.

-Enfocarse en crear unidad intergeneracional a través de oportunidades de servicio en la iglesia, proyectos misioneros y de justicia social en la comunidad.

-Considerar la labor pastoral con los adolescentes y jóvenes como un ministerio auténtico, que es a la vez imprescindible y necesario.

-Permitir que aquellos que trabajan con jóvenes puedan recibir entrenamiento y capacitación, así como también acceso a recursos que los mantengan actualizados, para poder ser más efectivos en su labor con los jóvenes. El nivel de inversión en quienes trabajan con jóvenes determina el lugar de importancia que les damos a estos.