“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño”. I Corintios 13:11.
Los que trabajamos con jóvenes sabemos que tenemos nuevos y grandes desafíos por delante en relación a los varones. Uno de los roles que debemos reivindicar entre los jóvenes de nuestra generación es el rol del hombre. Muchos de nuestros muchachos se están enfrentando a un nuevo estilo de vida impulsado por la cultura imperante: la adolescencia perpetua. Esta es una tendencia destructiva, ya que los distancia de una vida de responsabilidades y compromiso y de ser los hombres que Dios planeó que ellos fueran en la vida adulta.
Esto es consecuencia de la carencia de modelos saludables, del retraso en la madurez emocional (debido al excesivo tiempo que dedican a jugar video juegos y en navegar por Internet entre otras cosas) y de la influencia de las nuevas tecnologías.
¿Cómo les ayudamos a desarrollarse emocionalmente?
-Capacitemos y equipemos a los padres para que puedan ser marcos de referencia saludables para ellos. Ayudémosles a comprender que sus hijos varones les necesitan desesperadamente. Propiciemos que los canales de comunicación se mantengan abiertos entre hijos y padres.
-Proveamos y promovamos en nuestras comunidades modelos de hombres adultos en los cuales ellos se puedan reflejar y deseen imitar; que modelen valores morales, ética, buenos modales, integridad y obviamente una vida espiritual sólida.
– Que adultos maduros y confiables les guíen hacia la búsqueda del propósito, significancia y dirección en sus propias vidas para que ellos puedan entonces liderarse a sí mismos y a otros de una manera efectiva.
-Permitamos también que ellos puedan expresar sus sentimientos y emociones libremente. Cada uno de ellos es único y no dudemos de su capacidad de ser hombres. El concepto de hombría que reciben de la sociedad les dice: “¡Se rudo!”. “¡Los hombres no lloran!”. “¡No te comportes como una niña!”. Muchos de ellos tratan de demostrar todo el tiempo, y especialmente a otros varones, cuán hombrecitos son. Estas frases que reciben de sus pares, y también de algunos adultos, condicionan la forma en la que se relacionan con el sexo opuesto y provoca que traten a las jovencitas de forma degradante y como si fueran un objeto.
-Motivemos a nuestros jóvenes a que sean fuertes y valientes, así como también mansos y humildes como lo fue Jesús (Mt 11.29). La combinación de estos elementos es la que produce la clase de hombría que nuestra sociedad necesita.
Jesús es definitivamente el hombre de verdad al que podemos imitar. Vino a ser parte de la historia humana y vivió como un hombre perfecto, tentado en todo, pero sin pecado (Filipenses 2:8). Su naturaleza, virtud y carácter son el ejemplo de la hombría que debemos perseguir. La clave de la masculinidad es esta: Jesús tomo responsabilidad por sí mismo, tuvo un trabajo y además de eso tomo responsabilidad por nosotros, muriendo en la cruz.
Pablo dice en 1 Corintios 11:7 que el hombre es la “imagen y la gloria de Dios”. Dios es creador y también productor, así que el hombre joven que fue creado a su imagen debe tener como visión de vida ser un creador y productor. Fuimos creados para amar, dar, proteger, proveer, producir, cuidar, servir, nutrir y bendecir. Todas estas son cualidades que se aprenden, se toman de aquellos marcos de referencia con los que ellos se identifican.
La transición desde la juventud hacia la adultez implica cinco variables sociológicas que ocurren casi simultáneamente o de manera sucesiva: dejar el hogar paterno, terminar una carrera, conseguir un trabajo, ser independiente financieramente y formar una familia.
El autor Gordon Daulby sugiere en su libro “Sanando el alma masculina” que los hombres principalmente necesitan destacarse en cuatro roles:
1. Hijo (“¿Soy aceptable para mi padre?”)
2. Trabajador (“¿Soy capaz de proveer?”)
3. Amante (“¿Me puedo ganar el afecto de una mujer hermosa?”)
4. Guerrero (“¿Puedo luchar y ganar en una causa en la que creo?”)
Trabajemos con ellos en pos de ayudarles a que puedan prepararse y destacarse en estos cuatro roles. Necesitamos imperiosamente impulsar a los varones jóvenes hacia la productividad, hacia el matrimonio y la familia, ya que Dios desde el principio estableció que éste fuera su rol en la sociedad. (Génesis 2:24).
No podremos tener una sociedad saludable sin familias. No podremos tener familias saludables sin hombres que asuman su lugar de compromiso y responsabilidad. ¡Preparemos a nuestros jóvenes para la vida adulta, para la vida familiar!
Tomado del libro: “Lo que todo líder debe saber de sus jóvenes”, por Sergio Valerga, Editorial Vida/EJ 2012.
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