¡El fracaso duele! Casi siempre representa una pérdida en algún nivel. Y esto a menudo es costoso en términos de tiempo, dinero, energía o enfoque. El fracaso no es la meta.
Los adolescentes están muy estresados a causa del éxito y del fracaso. A esto le tenemos que sumar el hecho de que viven tratando de llenar las expectativas de sus pares y de la cultura. Imagen, ropa, estándares de las redes sociales, el gusto por la exclusividad personal (juzgando a otros por la música, películas, deportistas que admiran y dispositivos tecnológicos de moda).
Incluso en ese nivel, el mensaje es como siempre ha sido: «Si tú no puedes lograrlo, al menos no estés fuera de esto. No falles. No seas la burla de otros». Los adolescentes de hoy, sienten y piensan que no pueden fallar. Las consecuencias parecen ser muy grandes y hay un alto precio que pagar.
Como padres y líderes podemos sin querer sumar a esa presión que les dice «no falles». De muchas maneras les decimos a nuestros hijos: «No lo arruines. Tu futuro entero está en riesgo. No desperdicies tiempo en cualquier cosa solo porque te apasiona. Enfócate únicamente en lo que puedes sobresalir y sé el mejor en eso. No tienes tiempo para equivocarte. Sé exitoso».
Incluso en la iglesia podemos comunicar un mensaje similar cuando definimos éxito para los cristianos como el alto conocimiento de la Biblia, el desarrollo de actividades ministeriales, y pasar sin fallas por el radar detector de pecado.
Mark Matlock, en su libro «Padres Extraordinarios», nos enseña una perspectiva enriquecedora acerca del fracaso y cómo éste puede ser utilizado para hacernos exitosos en el futuro, aunque esto no es lo más importante, sino lo que podemos aprender de él, mientras caminamos hoy hacia nuestro propósito en Dios. Nuestra habilidad para confiar en Dios y llegar a ser más como Jesús, viene generalmente a través de las experiencias de equivocaciones que nos produjeron mucho dolor.
El fracaso es una marca de prueba. Dios usa nuestras fallas, fracasos y experiencias de dolor para hacernos exitosos como personas que confiamos en Él.
Santiago 1:2-4: «considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada».
Santiago nos dice que aprovechemos las pruebas porque ellas nos guiarán a confiar en Dios, y cuando aprendemos a confiar en Dios –perseverando en la fe-, esto define el éxito de un seguidor de Jesús.
Estas son 6 Claves para ayudar a los adolescentes a beneficiarse del fracaso desde la perspectiva de Dios.
1) Responder con humildad ante el fracaso
Somos seres humanos finitos. Fallamos. Nos equivocamos y fracasamos. Pero esto no define quiénes somos ni nuestro valor como personas. Lo que nos define es que somos sus hijos amados y nuestro éxito viene de comprender que nuestro Padre está de nuestro lado y nos sigue amando en la misma medida.
2) Ser honesto en cuanto al dolor y la frustración que sientes
Por la necesidad de proteger el sentido de autoestima, nuestro orgullo pretende hacer de cuenta que no ha pasado nada y que no sentimos ningún dolor. El fracaso produce dolor y debemos ser sinceros con respecto a cómo nos sentimos. Es el dolor el que nos conduce a poner nuestra esperanza más profundamente en nuestro Padre.
3) Reflexionar en cuanto a lo que ha salido mal
Con el dolor del fracaso en una mano y la humildad en la otra, analicemos qué estamos haciendo mal. ¿Debí escuchar los consejos que me dieron? ¿Me apresuré? ¿Fallamos al actuar en el poder de Dios? ¿Estamos desarrollando nuestras debilidades en lugar de nuestras fortalezas?
4) Buscar la dirección de Dios en el fracaso
La mayoría de los adultos señalan a los grandes fracasos en su vida como los peldaños que Dios usó para colocarlos en posiciones que deseaba para ellos desde antes. Los fracasos no solo nos llevan a confiar y a depender de Dios en los próximos intentos, también nos entrenan para llevarnos a mejores cosas que Dios tiene para nosotros.
5) Recordar que Dios es mucho más grande que nuestros fracasos.
Las fallas y fracasos que atraviesan los adolescentes son demasiado pequeños e insignificantes como para hacer un agujero en el plan de Dios para el universo. Y, más a menudo, ¡son incluso muy pequeños para hacer un agujero en el plan de Dios para sus propias vidas!
No significa que debemos entregarnos a pecar, ya que Dios obrará su plan de todas maneras. En lugar de eso, debemos tener presente que nuestras decisiones todavía tienen consecuencias, importan, y nuestros fracasos nos pertenecen. Pero Dios es más grande, mucho más grande y más poderoso que el impacto de nuestros fracasos.
6) Volver a intentar algo más arriesgado
Nuestra reacción ante el fracaso puede llevarnos a retraernos, a apostar por lo seguro, a escondernos y a no intentar nada arriesgado. El temor puede llegar a controlarnos. Una forma de vencer el sentimiento de derrota frente a los pequeños fracasos es atrevernos, e incluso animar a los más chicos a asumir riesgos más grandes.
“Mi autoimagen y cómo otros piensan de mí no es lo más importante. Mi tiempo, mi energía y mi dinero no son lo más importantes. No seré prisionero de mi temor al fracaso. Intentaré algo incluso más arriesgado”. Esta mirada nos lleva a confiar en Dios en aquellos desafíos que son más grandes de lo que nuestras capacidades individuales pueden manejar. Nos obliga a decir: “Dios puede con esto, sin importar el resultado final. Si salto y fallo, Dios es capaz de colocarme en cualquier lugar que Él desee. Estoy dispuesto a perder o ganar en mi intento, porque sé que Dios es quien me mantiene caminando en Su historia”.
Leave A Comment